miércoles, 14 de octubre de 2009

Revista Cultura LIJ: Qué, cómo, quién, dónde y cuándo de los libros de divulgación


“Dar de leer”, decía Gustavo Bombini en el seminario de promoción de la lectura que dictaba en la UBA. Pero siempre que se habla de promoción de la lectura pensamos en literatura. Caminos de migas de pan, narices de madera, Alicias y conejos; mundos que nadie debe dejar de visitar. Tortugas gigantes, elefantes enormes y hasta el perro de Natacha; animales que ningún argentinito vestido de nieve debe ignorar. En la diversidad está el gusto, y la variedad de propuestas enriquece el recorrido lector de cada uno e incentiva la visión crítica y la selección de material acorde a las preferencias personales, particularmente cuando se trata de niños. No todos disfrutamos del mismo lenguaje, de los mismos temas, de los mismos métodos; pero el acceso a la lectura es un derecho y es tarea de los mediadores ofrecer las herramientas, el espacio y las formas para propiciar la liaçon entre el texto infantil y el niño. Y en busca del desarrollo de ese vínculo es que nos preguntamos ¿y los libros de divulgación?

Cuenta una anécdota que, durante una reunión en su honor, Albert Einstein fue increpado por una dama que pretendía que le explicara allí mismo la teoría de la relatividad. Después de varios intentos y simplificaciones la señora, tal vez porque pretendía ir a por más canapés, dijo que finalmente creía entenderlo, a lo que Einstein respondió: “que pena, porque lo último que acabo de explicar ya no es mi teoría de la relatividad”. Carla Baredes, Licenciada en física, responsable de Ediciones iamiqué junto a Ileana Loretszsain, Licencia en biología; cuenta esa misma anécdota desde otro punto de vista: “Tenemos una teoría brillante, tenemos al especialista y tenemos a una señora interesada en entenderla... ¡Un divulgador a la derecha, por favor!”.

Pero ¿qué es la divulgación? El paso obligado por la etimología indica que divulgar viene del latín divulgare, que significa simplemente publicar una cosa que estaba ignorada, aunque esta definición nos deja sin el cómo y el quién.

De la ciencia a las escuelas
Con el foco puesto en las maneras de divulgar, le pedimos a Paula Bombara, bioquímica, directora de dos colecciones de la editorial Grupo Norma, que nos dejara ver a través de su microscopio: “Mi postura a la hora de editar libros de divulgación para chicos está centrada en dos ideas: considerar a los lectores personas con conocimientos previos y considerar a los científicos personas con capacidad lúdica. Quizás estas dos ideas sean las que provocan que el lenguaje que se genera resulte cotidiano, sencillo. Luego, al recibir el texto, trabajamos el lenguaje de manera que se minimice el uso del ‘argot científico’. A la hora de divulgar conocimientos para niños es necesario deshacerse de ese vocabulario unívoco y preciso; hay que recurrir a metáforas, imágenes, comparaciones que sean claras y que estén en la realidad de los lectores”.

Siguiendo huellas, llegamos al laboratorio… perdón, a las oficinas de iamiqué donde se respira un aire de estructurada informalidad. Esa energía queda registrada en cada uno de sus libros: “ponemos especial atención en no resentir el nivel de rigurosidad y precisión de los contenidos explicando aquello que nos parece que los lectores pueden entender, disfrutar y compartir. Muchas veces nos quedamos con las ganas de contar cosas y otras nos tomamos varias páginas para explicar algo que académicamente podríamos decir en tres renglones”.

En “Como una novela”, Daniel Pennac dice que el verbo leer no tolera el imperativo. Hacer ley de esta hipótesis es una tarea ardua en las escuelas argentinas pero hay bibliotecarias que atienden las premisas. Patricia Veiga lo intenta día a día trabajando en capital y provincia. Una de sus experiencias se desarrolla en la escuela nº 2 de Tapiales, en La Matanza, que tiene una biblioteca ambulante. La mayor parte del material llega gracias el Proyecto de Incentivo a Iniciativas Escolares pero sólo el 5% de la biblioteca es texto informativo. “Los chicos llegan a los libros de divulgación por curiosidad. Los atrapa mucho la imagen y el paratexto”, dice Patricia. El segundo ensayo es en la escuela nº 8 del Distrito Escolar 21, donde la biblioteca tiene espacio físico propio pero no programas de apoyo: mezclan buena voluntad, esfuerzo y la colaboración de la cooperadora. “Los más pedidos son los libros de dinosaurios, los que hablan del cuerpo humano y los de historia, de Felipe Pigna”, todo un descubrimiento.

El planteo oficial de cómo divulgar ciencia, se lo hicimos a Daniela Allerbon, Coordinadora del Plan Nacional de Lectura, y nos explica que “el objetivo es acercar material fundamental, como enciclopedias y manuales. Con respecto a la divulgación, sin duda es una gran herramienta pero lamentablemente no ocupa un lugar de prioridad dentro del plan”. Como en las matemáticas: primero aprender a sumar, después multiplicaremos.

De guardapolvos blancos
Mediador cultural es un término acuñado por la antropóloga Michel Petit y refiere al maestro, profesor o bibliotecario que tiende puentes con el alumno o usuario de la biblioteca sin imponer sus gustos, sino abriendo caminos hacia la experiencia de la lectura.

Como afirma Sandra Comino, el libro no llega al niño directamente, sino que debe pasar por el tamiz del mediador que es quien decide, generalmente, qué da de leer. Este rol puede ser representado por diferentes actores: padres, bibliotecarios, libreros; por lo que, mayormente, el primer receptor de un libro infantil es un adulto. “¿Quién no le ha dicho a un niño Esto no es para vos?” se pregunta Sandra en su último libro donde también dice que “un libro que merece ser leído es cualquier libro que nos haga dudar”.

Mediadores somos todos. Los de guardapolvo blanco y tiza, los de guardapolvo blanco y tubos de ensayo, y los del guardapolvo blanco y tinta de imprenta. Y benditos los mediadores que hablen de libros diferentes, libros que cuestionen, que movilicen, que hagan tambalear teorías, ¡que inciten al empirismo!

¿Dónde y cuando? Aquí y ahora.